miércoles, 1 de octubre de 2008

la pena profunda


LA PARTIDA

La mañana se presentaba fría, el sol asomaba por las hendijas de mi ventana. Las hojas de los árboles jugaban con el viento y los pájaros. Y aunque todo el paisaje era bello allí afuera aquella mañana no hubiese querido despertar, no hubiese querido que la tibieza de un rayo de sol acariciara mi rostro, que mis ojos con los párpados inflados de tanto llorar no se hubiesen abierto nunca jamás.
Y pensaba que loco es esto de los instantes de la vida.
Tu partida silenciosa, sigilosa, sin medias tintas.
Entonces me encontré frente a una realidad cruel, una verdad que duele en los más profundo.
Es no poder creer que la magia se termino con tu ida.
Olvidarme de ti. De tu amor, de tus caricias.
Así como así como que sacas algo de un plumazo.
Así desperté el día que deje de tenerte.
Débilmente me levanto porque para muchos la vida sigue. Eso en estos días es lo que mas he escuchado.
Siento al levantarme un gran peso en mis piernas, queriendo no dar ningún paso.
El sol salio para muchos, pero yo me siento inmersa en un oscuridad impensada.
Me asomo a la ventana, esa que fue testigo de tanta charlas de amigo, amante, todo.
Mira nuestro jardín con muchas flores marchitas.
Ya no están tus manos, tú presencia, nada.
Ya los niños no corren, ni se asoman a la ventana.
Veo como caen las hojas de alguno de nuestros árboles, imagino tu sonrisa en días como aquellos que peleabas con el viento, porque no te daba descanso.
Hay viejo querido, como han pasado los años me conociste siendo niña, vos que todo me lo has enseñado.
Porque no nos fuimos juntos, por que Dios me ha dejado vivir sabiendo, que sin tu presencia no puedo ir hacia ningún lado.
Y que me perdone la vida, que me perdonen los hijos y todo aquel que encuentro a mi lado.
Yo ya no quiero vivir y no hago otra cosa que pedirle a Dios que me lleve a tu lado.
No me importa si es el infierno o el cielo, si me quedo a mitad de camino. Ya no quiero dormirme en esta cama vacía. Ya no quiero la casa que me invade de recuerdos. No quiero gente rodeándome de consuelo. Solo quiero que Dios se apiade de esta vieja mujer que tanto te ha amado. ¿Acaso Dios no se da cuenta que no puedo, no quiero vivir sin tenerte a mi lado?
SILVINA

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